Hoy en la reunión de equipo hemos hecho un ejercicio interesante en relación a un caso y eso me ha hecho reflexionar sobre el tema de las expectativas.
Es curioso como son nuestras propias expectativas las que se convierten en nuestro objetivo de intervención. ¿Olvidamos a la persona que tenemos delante?, ¿olvidamos que es SU vida?, son SUS expectativas, es SU responsabilidad, es SU acción, es SU construcción o SU deconstrucción. ¿Nos endiosamos hasta ese punto? Que peligro! Seguramente a nuestro afán de apoyar, acompañar, aconsejar, facilitar...llega un punto en el que lo tienes que parar. Parar y esperar.
Esperar a que sea esa persona o personas en las que estás centrando tu intervención, las que te muestren hacia donde quieren ir. Intentar cambiar SU rumbo nos puede costar esos sentimientos de rabia, frustración, falta de confianza, pena, desmotivación...y seguramente muchos más; todos juntos, revueltos!!!! dejándonos inmersos en esa sensación que deja la incertidumbre en cuanto al valor de tu trabajo, en cuanto a lo correcto de tu intervención... En cambio, pudiera ser que el no vivir las propias expectativas en vidas ajenas, nos ayudase a nosotros, como profesionales, a realizar nuestro trabajo acompañando, apoyando, facilitando.....pero nunca dirigiendo hacia esa, nuestra propia meta.